Ya no significa lo mismo la palabra fascinación. No podría decir si tiene que ver con la madurez de uno o con los tiempos que corren.
¿Qué era la fascinación?
Era poder acostarse en el pasto y mirarlo fijamente por un rato. Yo no sé cómo, pero uno se salía de su cuerpo y se convertía en un ser pequeñito que se paseaba por entre enormes plantas jurásicas. Y aguzaba la vista, como si pudieran ser visibles a los ojos los poros de la tierra seca.
Definitivamente, una de las mejores situaciones para caer fascinado/da, era el momento pre sueño (o lo que científicamente se conoce como vigilia), momento en el cual los sentidos andaban jugando a quien es más fuerte y empezaban a engañarnos o a decirnos las verdad. Pongamos como ejemplo a las amigables lucecitas del techo. Se movían, bailaban, se volvían formas, nos daban miedo, nos agredían.
La vigilia siempre fue una amenaza constante y aún hoy lo sigue siendo. Es uno de los momentos en los que somos más vulnerables. Le temo a la vigilila y pobre del que intente aprovecharse de mi conciencia mientras la sufro.
La fascinación por las personas. El amor de la infancia probablemente sea el más incondicional que existe, el más sincero y el más cruel. No hay límites, no hay barreras, no hay nada que impida que idolatremos a una persona ideal. Es un poder casi mágico. Es mirar una foto por horas y poder imaginarse ahí, en ese lugar, de determinada forma y con determinado gesto. Es una fascinación profunda. Luego, es muy dificil que vuelva a ocurrir. Empezamos a aprender que las personas son de carne y hueso, y que las barreras las creamos nosotros mismos sin darnos cuenta de lo absurdas y evitables que son. Eso fue un "echarme en cara las cosas sutilmente".
La fascinación por todo lo esponjoso, todo lo viscoso, todo lo brillante, todo lo colorido, todo lo que se mueve, todo lo que hace ruido... qué hermoso todo eso... qué triste no poder recuperarlo tal cual. Yo no quería perder esas cosas, lo juro. Las cambié por cosas que ya no quiero.
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