Siempre me causó mucha curiosidad. Es un fenómeno raro, extraño, una experiencia diferente... Una sola vez lo ví: yo creía que era una leyenda urbana. Arrugado, manoseado, azul y descolorido, aquel billete de $2 doblado en cuatro partes no era más que todo mi patrimonio en ese momento (la plata nunca fue amiga mía) y grande fue mi sorpresa cuando una vez abierto en todo su esplendor encontré bien a la derecha del rostro de aquel prócer que ahora no recuerdo una frase, o mejor dicho, una bendición. Las palabras rezaban algo así como que la persona que las había escrito en ese momento me deseaba todo el bien del mundo y que aquella pequeña fortuna creciera y acompañara al portador del billete. No me acuerdo realmente las palabras, solo recuerdo su vago contenido. Me pareció algo sumamente interesante (¿quién habría sido el fundador de la idea? ¿qué mente fue capaz de darse cuenta -si es que se dio cuenta- que de esta forma se había hecho un lugar en la eternidad, o al menos la eternidad de la existencia del billete, y que a través de tan singular lienzo podía recorrer el país de mano en mano, llegando a quizás más personas que a las que pudo haber llegado Bucay?)
Increíble, realmente increíble. Ahora que lo pienso bien, quizás sea una buena forma de hacer publicidad... poner una publicidad pequeñita en cada billete... ¡Qué gran campaña! Nadie deja pasar un billete...
Desgraciadamente, para que la bendición se hiciera efectiva, el billete de $2 debía pasar de mano en mano. Por esa razón, quizás ese billete no esté en mis manos hoy. Lo que es seguro es que perdura en mi memoria como otra de las pequeñas cosas de la vida que me llaman la atención. Y hoy recordé aquel desteñido billete cuando lo ví en manos de otra persona, que también, maravillada por su contenido, lo observó unos segundos antes de guardárselo en el bolsillo e irse de la tintorería.
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